¿Cuántas veces has dejado de hacer algo que te apetecía por aquello de “es que no se me da bien”?
¿Por qué le damos tanta importancia a hacer “bien” las cosas?
En esta entrada quiero desarrollar un poco una idea que me surgió un día meditando, es decir, sentándome un rato en silencio y prestando atención a mis propias ideas.
Bailar es algo que dejé de hacer durante algunos años de mi vida porque alguien alguna vez me dijo que lo hacía mal y me lo creí.
Y no solo me lo creí, sino que el hecho de pensar que se me daba mal impidió que siguiera haciéndolo.
Porque podría haberme creído que se me daba mal y no haberle dado importancia, pero no fue el caso. Dejé de bailar porque alguien me dio una opinión no solicitada y yo me la creí como si fuera la realidad.
Y como con bailar, con tantas otras cosas.
Cantar, dibujar, cocinar…
¿Por qué solo hacemos las cosas si creemos que las vamos a hacer “bien”? ¿Por qué no queremos hacer las cosas “mal”?
No sé, quizás soy yo que me emparanoio (sí, he confirmado con la RAE que se escribe así jeje) demasiado.
Pero, ¿Quién narices se ha inventado los conceptos “bien” y “mal” y por qué tienen tanto peso para nosotros?
Y eso es lo que he tratado de investigar y sobre lo que pretendo escribir hoy.
PD: antes de empezar me gustaría explicar que cuando me refiero a “nosotros” me refiero a las personas que vivimos en una sociedad occidental, desarrollada como la que pueda haber en España por ejemplo.
Aclaro esto porque, como veremos más adelante, los conceptos de “bien” y “mal” no son iguales en todas las culturas ni sociedades.
Dicho esto, empecemos por el principio.
¿Existen el “bien” y el “mal” en la naturaleza?
Desde una perspectiva evolutiva, la distinción entre bien y mal puede verse como un mecanismo adaptativo, es decir, como una diferenciación entre los comportamientos que van en pro de la supervivencia de la especie o en contra de esta.
Así, los comportamientos considerados como "buenos" promovían la cooperación y el altruismo, mientras que los "malos" eran aquellos que ponían en riesgo la estabilidad y seguridad del grupo.
Es fácil imaginar que cuando nuestros ancestros salían a recolectar frutos y bayas, aquellos individuos que los llevasen para compartirlos con el resto de la tribu estarían mejor valorados que aquellos que se los comieran y no llevasen nada al resto.
En este sentido, la moralidad puede entenderse como un conjunto de estrategias adaptativas que han evolucionado para resolver problemas sociales complejos.
Además, es fácil comprender también que, a la hora de reproducirse, aquellos individuos con comportamientos mejor valorados, tendrían más fácil perpetuar sus genes que aquellos individuos peor valorados.
La evolución ha favorecido el desarrollo de comportamientos que promueven la cohesión social y la cooperación.
Y esto no solo ocurre en humanos sino también en otras especies, como se puede observar en estudios con primates.
Algunos comportamientos que podemos pensar que son exclusivamente humanos y que se pueden categorizar como “buenos” se han observado también en algunas especies de primates no humanos. Por ejemplo, está bien documentado el altruismo entre estos animales, de forma que los individuos son capaces de ayudar a otro sin esperar nada a cambio.
Esto parece indicar que la moralidad, y esos conceptos del bien y el mal tienen un origen y un sentido evolutivo y natural, entendiendo que, para la naturaleza, lo que beneficie a la especie y lo que permita la supervivencia, es lo “bueno”.
Como con casi todo, cuando hablamos de humanos la cosa se complica ya que ya no solo entra en juego la mera supervivencia de la especie, sino que esa moralidad natural se ha convertido en los conceptos de “bien” y “mal” que empleamos para juzgar actos no solo enmarcados dentro de las leyes naturales, sino dentro de las normas sociales y culturales.
Pero, ¿hay algo en nuestro cerebro para saber identificar y entender esos conceptos de “bien” y “mal”?
Pues resulta que sí.
Se han hecho muchas investigaciones en el campo de la neurociencia para comprender mejor en qué zonas o a causa de qué mecanismos de nuestro cerebro aparece el juicio moral, el “bien” y el “mal”.
Resumiendo mucho, parece haber dos zonas del cerebro especialmente involucradas en esto: la corteza prefrontal (ubicada detrás del hueso de nuestra frente) y la ínsula (ubicada hacia los laterales).
Estas áreas, junto con otras, se activan cuando evaluamos acciones y decidimos si son correctas o incorrectas, es decir, cuando emitimos juicios.
La corteza prefrontal, por ejemplo, juega un papel crucial en la toma de decisiones y en la regulación de las emociones, lo que sugiere que nuestra capacidad para discernir entre bien y mal está profundamente arraigada en nuestra biología.
Y esto no es de extrañar, teniendo en cuenta que la evolución ha favorecido y protegido a aquellos individuos con más facilidad para tomar decisiones “buenas” para la supervivencia, es decir, esas decisiones de las que hablábamos más arriba y que favorecerían la cooperación, el cuidado, el altruismo…
Aunque a nivel puramente biológico tengamos esas estructuras cerebrales y esa capacidad para discernir, la psicología entra en juego y tiñe todo con algo más de complejidad.
Desde el punto de vista psicológico, el desarrollo moral es un proceso que se va construyendo a lo largo de la vida, influenciado por la interacción con el entorno social y cultural.
Hay muchas teorías que han intentado explicar o definir el desarrollo o funcionamiento de la moralidad en los seres humanos. Por ejemplo, la teoría del desarrollo moral de Kohlberg propone que las personas avanzan a través de diferentes etapas de razonamiento moral, desde una comprensión basada en el castigo y la obediencia hasta conseguir desarrollar principios éticos más universales y abstractos.
Podríamos decir que al principio funcionamos más como los animales y, poco a poco, van entrando en juego más factores que hacen que la moralidad se torne más compleja.
Lo que se considera “bien” o “mal” varía enormemente entre diferentes sociedades.
Esto nos indica que, aunque la capacidad para hacer juicios morales puede ser una característica humana universal, los criterios específicos que utilizamos para hacer esos juicios son en gran medida productos de la cultura y la educación.
Y esto podemos mirarlo cada vez desde más cerca, hasta llegar al individuo.
Cada uno de nosotros desarrolla, a lo largo de su vida, sus propios conceptos de “bien” o “mal”.
Por poner un ejemplo sencillo para reflejar lo que quiero decir:
En sociedades como la nuestra, podríamos decir que comerse una vaca está “bien” mientras que comer otros animales, como pueda ser un perro, está “mal”. Y, por supuesto, comerse a una persona no se nos pasa ni por la cabeza (bueno hasta que ha llegado La sociedad de la Nieve…).
Sin embargo, para las personas con una dieta vegana, por ejemplo, aún en esta sociedad, podríamos decir que comerse una vaca está igual de “mal” que comerse un perro porque ambos son animales.
En la India (cultura hindú vaya) las vacas son sagradas, y comérselas está “mal”.
En algunas zonas de África, todavía hay tribus caníbales, para las que comer carne humana puede resultar algo “bueno” en según qué contextos.
Reflexionando sobre esto, yo llego a una conclusión (conclusión personal, mía): los conceptos de “bien” y “mal” que empleamos tantas veces a diario son completamente subjetivos y adquiridos.
Es más, diría que, en muchos ámbitos, no tiene ningún sentido catalogar las cosas como “bien” o como “mal”, sino que son muletillas que utilizamos para potenciar la sensación de pertenencia.
Nuestra necesidad evolutiva de pertenecer al grupo nos hace agarrarnos a esa dualidad que divide a unos y une a otros.
O bailas bien o bailas mal, o cocinas bien o cocinas mal, o haces yoga bien o haces yoga mal, o respiras bien o respiras mal…
Pues yo aprovecho esta entrada para proponerte algo:
¿Y si nos olvidamos un poco del bien y del mal y nos centramos en si algo se siente agradable, si algo nos hace sonreír, si algo nos relaja, nos inspira o nos anima?
En el momento en el que estás haciendo algo con tu mejor intención, esa es tu realidad, y es tan válida como real.
Los atributos “bien” o “mal” no solo no dicen nada sobre tu realidad o lo que tú estés sintiendo, sino que dicen menos aún si quien los está poniendo es alguien ajeno a ti.
¿Qué opinas? ¿Nos olvidamos del bien y el mal?
Gracias por leer.
Mamen
Churchland, S. Patricia (2012) El cerebro moral. Paidós
Pascual et al., (2013) How does morality work in the brain? A functional and structural perspective of moral behavior. Frontiers in Integrative Neurosciencie. Doi: 10.3389/fnint.2013.00065
La mente es maravillosa; El cerebro moral: las bases neuronales de la ética y los valores humanos. https://lamenteesmaravillosa.com/el-cerebro-moral-las-bases-neuronales-de-la-etica-y-los-valores-humanos/